Hace unos meses comencé a practicar kayak en el río Paraná. Estar en el medio de la naturaleza me ayuda a contemplar la inmensidad de la Creación y desde allí encuentro una y otra analogía entre el río, la isla, la naturaleza y mi vida. Aquí va una del día en que bajó el río y para llegar a la orilla tuvimos que pisar el barro.
“Hoy me embarré, nos embarramos… Sólo bastó con bajar del kayak y apoyar el pie en donde había tierra para enterrarme hasta arriba de la rodilla, el barro estaba muy blando y era difícil moverse, movías una pierna y se enterraba la otra. Me daba miedo que abajo dl barro hubiese una rama, vidrio o insecto que me lastimara. No podía avanzar, hasta que me apoyé en el kayak de otra compañera que me ayudó a estabilizarme y desde allí pudimos acercarnos a otra de las chicas que estaba en la misma situación.
Nos manchamos nosotros y manchamos lo que tocamos, kayak, chalecos, mochilas, remeras, todo.
Luego el barro se fue secando aunque nos quedaba adherido aún, sólo una buena ducha y una esponja hicieron que no quede más rastro de él.
Así en el río como en la vida…
En la vida también me embarré o la embarré, pisé en donde no tenía que pisar y elegí caminos que no eran los correctos. Tuve miedo de no poder ver lo que venía después, pero también tuve personas en las cual apoyarme para salir del barro, manchada sí, pero sostenida también.
Hay duchas que limpian nuestro barro interior, y el poder mirar y aceptar el barro que transitamos, que se nos pegó, que hizo mal o manchó a otros, nos hace recordar que somos frágiles, que tendemos a caer, pero también nos hace dar gracias porque aún con el barro hasta el cuello Dios no nos suelta nunca.
Nunca dudes de acercarte a la ducha del sacramento de la reconciliación, al poder sanador que Cristo derrama en tan preciado sacramento. No dudes como dice el libro de Francisco, que el nombre de Dios es Misericordia.